Y este adoctrinamiento recompensa la sumisión, la obediencia ciega, el (auto)control del pensamiento, la (auto)censura y el miedo mientras que castiga el pensamiento crítico, el análisis y la confianza en uno mismo destruyendo poco a poco la personalidad del creyente para convertirlo en un zombi descerebrado incapaz de tomar decisiones por sí mismo y sujeto a los deseos y órdenes de esos personajes sin escrúpulos llamados sacerdotes, rabinos, ulemas, monjes y demás parásitos sociales que destruyen cuerpos y mentes con su peligrosa superstición.
Y por supuesto, es muy difícil desengancharse de este tipo de condicionamiento psicológico-criminal puesto que todo el mundo: familia, amigos, vecinos y hasta gobernantes aceptan como normal lo que únicamente es puro y duro maltrato psicológico que genera en el individuo un síndrome de Estocolmo clarísimo, en donde el adepto acepta y hasta admira a quienes en realidad son sus terribles captores.
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