La selección natural ha favorecido en todos los animales la
búsqueda de patrones, algo que lleva inherentemente a la superstición como bien
demostraron Pávlov
y Skinner
con sus ya clásicos experimentos con perros y palomas.
Y aquí, como los humanos tenemos un cerebro mucho mayor nos hemos especializado en la búsqueda casi obsesiva de patrones, lo que inevitablemente nos hace los seres más supersticiosos de toda la Naturaleza.
Por tanto, lejos de enorgullecernos de nuestra mayor debilidad deberíamos aceptar como individuos y como especie que la superstición en todas sus variantes es una rémora que nos ancla a nuestro más irracional pasado e intentar eliminarla o al menos limitarla en nuestras sociedades modernas.
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