En nuestra sabana ancestral, donde el único conocimiento era la experiencia de los mayores de la tribu, la educación consistía en aceptar ¡sin cuestionamiento y sin rechistar! las experiencias, los consejos, los dictados y las órdenes de aquellos miembros que habían sobrevivido a la siempre despiadada Naturaleza.
Así ante órdenes como ¡no toques a esa araña! ¡no te acerques a esa serpiente! ¡n bebas esa agua sucia! aquellos niños que no hacían caso no llegaban a la edad adulta para poder transmitir sus genes a la siguiente generación. Por tanto los humanos somos descendientes de aquellos obedientes chavales de nuestra infancia como especie.
Pero este tipo de enseñanza jerárquica y hasta dictatorial tiene un grave problema. Si algún adulto de órdenes erróneas que no impliquen daño o muerte de los niños como ¡adora a la piedra sagrada! ¡arrodíllate ante el espíritu del río! serán codificadas por el cerebro infantil de la misma manera que las órdenes útiles y provechosas generando poco a poco un conjunto de estupideces que se transmitirán multiplicándose y engrandeciéndose hasta los actuales disparates mayúsculos como que hay serpientes parlantes, gorrinos endemoniados, profetas pederastas que suben al cielo a lomos de un blanco corcel alado, dioses elefante y el resto de estupideces que milenios de superstición han tejiéndose en la mente de aquellos monos menos afortunados intelectualmente.
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