Los creyentes tienen una ilógica y más que ofensiva forma de pensar. Por una parte afirman que "confían" en su más que inexistente deidad, esa misma que supuestamente atiende sus plegarias, mientras por otra parte acuden raudos tras el primer síntoma a esa siempre atea medicina científica moderna para evitar alejar lo máximo posible ese supuestamente gozoso momento en el que ¡por fin! tendrán la dicha de reunirse con su ¿benevolente? creador (ese mismo que ha diseñado de manera exquisitamente inteligente todas y cada una de la infinidad de dolencias con las que ha hecho sufrir y morir de la maneras más horriblemente imaginativas a la humanidad a lo largo de los milenios) para vivir una eternidad de dicha y gozo celestiales.
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