Los verdaderos creyentes asumen que toda la Naturaleza ha
sido exquisitamente diseñada por un ser todopoderoso y omnisciente, además de
benevolente, en la que nada quedó al azar y todo tiene su propósito.
Sin embargo, estos mismos iluminados son incapaces de lidiar
con todo el inmenso sufrimiento que implica que millones de animales padezcan de
las maneras más imaginativamente dolorosas durante millones y millones de años.
Y ya si nos enfocamos en la supuesta cúspide de la creación,
esos monos más que cabezones y con escaso pelo que dicen que señoreamos la obra
del señor, la situación empeora hasta extremos inimaginables. Porque, si somos
el mejor producto de la perfecta factoría llamada Dios S.L., ¿cómo es que
podemos sufrir miles de enfermedades distintas, a cual más dolorosa o ser
matados de infinidad de maneras (a cada cual más terrible) por esa casi infinita
variedad de hongos, bacterias, parásitos o virus que están tan perfectamente
diseñados para nuestra más que terrible desgracia?
Por eso, quizás la única conclusión a la que puede llegar
cualquier persona mínimamente racional, sería la de que en el caso de existir
ese supuesto Creador, no es para nada benevolente, sino que por el contrario
(tal y como lo expresa muy irónicamente el siempre genial Alberto Montt) sería un h.... de
p.... de cuidado.
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