Nadie se sorprende que en las castigadas arenas del desierto
los talibanes consideren que la única educación que debe recibir la infancia
consista exclusivamente en memorizar como loros las suras del Corán. Sin
embargo en Nueva York, la capital oficiosa del mundo otros niños también
reciben como una única educación la memorización de otro libro sagrado ¡y no
pasa nada!.
Miles de niños pertenecientes a familias ultraortodoxas
judías dedican todo su tiempo escolar a aprender los que los cristianos llaman
el Antiguo Testamento y encima en yiddish, una lengua marginal que solo hablan
los más recalcitrantes fanáticos del judaísmo.
Y así en plena Gran Manzana, estos
niños salen del colegio prácticamente analfabetos, sin conocer en esencia
nada de historia, matemáticas, ciencias o cualquier otra materia. ¡Si incluso
tienen problemas con el inglés!
Y se da la paradoja que, como las niñas no pueden
"estudiar" el Talmud, pues en las escuelas equivalentes para el sexo
"inferior" reciben una educación algo mejor, de tal manera que acaban
más preparadas que esos otros niños, con los que luego inexorablemente acabarán
casados para perpetuar ese ciclo de ignorancia, fanatismo y locura religiosa que
lleva destruyendo la mente de los más fieles seguidores de esa zarza ardiente egomaníaca
y genocida, inventada allá por la Edad del Bronce por unos más que
alucinados pastores de cabras a los que no se les ocurrió mejor manera de
identificarse que mutilarse el pene.
¿Dónde está entonces ésa imágen del judío que es fiero defensor de las artes y del saber? En la mente de gente con vista míope, que lo mismo sucede en otras religiones, y cuando no, en otras nacionalidades: ésos genios representantes de la religión de turno son, o suelen ser, una minoría muy peculiar que es religiosa pero en la fachada y que no estuvo mucho tiempo pegado a los libros sagrados sino que creción en un hogar donde los libros de historia, ciencias y artes sí eran los sagrados.
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