Aunque las personas religiosas afirman creer en esos
infantiles dogmas sobre el cielo, la dicha eterna y demás cuentos inventados
para solaz de los humanos menos dotados intelectualmente, la verdad es que
ellos mismos con sus propias acciones demuestran constantemente de la manera más
evidente su más que mentiroso autoengaño, ya que luego en realidad no se
diferencian en nada de los ateos a la hora de las cuestiones más importantes.
Si una persona afirma una cosa, pero se comporta de manera diametralmente
opuesta solo puede ser considerado como un mentiroso o un hipócrita. Y eso es
lo que demuestran las personas que se autodenominan creyentes.Y quizás el ejemplo más evidente de esta absurda doblez
intelectual de las personas piadosas es en el tema de la muerte.
Si se es un verdadero creyente, de esos que sabe lo sumiso y buen cristiano que es uno mismo, es evidente que se tiene todas las papeletas para terminar en ese cielo de cartón piedra que describe la Biblia, dedicado en cuerpo ¿pero el carcomido por el cáncer o los años? y alma a la dicha eterna, junto con los angelitos músicos y demás miembros del virtuoso rebaño católico. Por ello, la postura más evidente para uno de estos verdaderos creyentes sería la de ansiar (con mayor o menor comedimiento) el momento de dejar este más que fehaciente y penoso valle de lágrimas para disfrutar de toda una eternidad de cristiana felicidad. Y sin embargo, en la práctica estas ovejas fieles a los dogmas de la santa madre iglesia se aferrar como posesos a esta desgraciada vida hasta el último suspiro, incluso aunque estén sufriendo los mayores dolores de una enfermedad terminal. Comportamiento éste que siempre ha sorprendido a este humilde ateo.
Si se es un verdadero creyente, de esos que sabe lo sumiso y buen cristiano que es uno mismo, es evidente que se tiene todas las papeletas para terminar en ese cielo de cartón piedra que describe la Biblia, dedicado en cuerpo ¿pero el carcomido por el cáncer o los años? y alma a la dicha eterna, junto con los angelitos músicos y demás miembros del virtuoso rebaño católico. Por ello, la postura más evidente para uno de estos verdaderos creyentes sería la de ansiar (con mayor o menor comedimiento) el momento de dejar este más que fehaciente y penoso valle de lágrimas para disfrutar de toda una eternidad de cristiana felicidad. Y sin embargo, en la práctica estas ovejas fieles a los dogmas de la santa madre iglesia se aferrar como posesos a esta desgraciada vida hasta el último suspiro, incluso aunque estén sufriendo los mayores dolores de una enfermedad terminal. Comportamiento éste que siempre ha sorprendido a este humilde ateo.
Es más, es habitual que la verdadera fe se transmita de
padres a hijos, de tal manera que de antepasados piadosos se críen nuevas
generaciones de vástagos también más que cristianos. Por ello, este
racionalista tendería a pensar que es más que probable que el cielo esté lleno
de familias numerosas de legionarios de Cristo, miembros del Opus Dei y demás
aristocracia católica, desde los abuelos a los nietos por eso de la impronta
divina y de su más que evidente superioridad numérica por no usar el diabólico
preservativo. Por tanto, para estos verdaderos creyentes la muerte de un
familiar no sólo no debería ser motivo de pena o tristeza, sino un momento de
verdadera felicidad porque ese padre (cristiano por supuesto) tan querido ahora
disfrutará de toda una eternidad de felicidad con los tíos, abuelos y demás
antepasados más que católicos que le precedieron en su obligada cita con la Parca. Es
más, en esos momentos todos los piadosos familiares deberían sentir algo de
envidia y pensar que ojalá ellos mismos (y hasta sus hijos más pequeños) murieran
cuanto antes y más que jóvenes, por eso de evitar pasar toda la eternidad con un cuerpo más que ajado, para así poder reunirse prontamente con sus más
que queridos familiares.
Sin embargo, en esos funerales más que cristianos todos los
afectados se encuentran tristes y desconsolados por la partida del familiar,
siendo habitual que los deudos más próximos lloren a lágrima viva lo que por el
contrario deberían estar celebrando con champán del bueno.
Por todo ello, las dos únicas conclusiones racionales que
pueden extraerse de todo este asunto serían las siguientes. O bien ellos saben
que a pesar de toda su supuesta piedad, sus pías obras, sus limosnas y su misa diaria no
han sido tan buenos, y por tanto lloran porque ellos o su familiar van a dar
con sus huesos a las Calderas de Pepe Botero por toda la eternidad, o que en el
fondo de su más que defectuoso cerebro carcomido por el virus de la fe todavía les queda un poco de intelecto y de raciocinio que les dice que,
a pesar de esa absolución de los pecados por la extremaunción realizada por el
mismísimo arzobispo de Toledo, todas sus creencias no son más que el resultado de los delirios de unos
pobres desesperados de tiempos remotos y que, como no hay nada más después de
la muerte que ser pasto de los gusanos, son tan ateos de facto como el que más,
aunque en su patética y cobarde disonancia
cognitiva nunca querrán reconocerlo.
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