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PARA SU INFORMACIÓN: Los ateos no creemos en ninguno de los 2.700 dioses que ha inventado la humanidad, ni tampoco en el diablo, karma, aura, espíritus, alma, fantasmas, apariciones, Espíritu Santo, infierno, cielo, purgatorio, la virgen María, unicornios, duendes, hadas, brujas, vudú, horóscopos, cartomancia, quiromancia, numerología, ni ninguna otra absurdez inventada por ignorantes supersticiosos que no tenga sustento lógico, demostrable, científico ni coherente.

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9 de mayo de 2018

¿Por qué los creyentes lloran ante la muerte?


Aunque las personas religiosas afirman creer en esos infantiles dogmas sobre el cielo, la dicha eterna y demás cuentos inventados para solaz de los humanos menos dotados intelectualmente, la verdad es que ellos mismos con sus propias acciones demuestran constantemente de la manera más evidente su más que mentiroso autoengaño, ya que luego en realidad no se diferencian en nada de los ateos a la hora de las cuestiones más importantes.

Si una persona afirma una cosa, pero se comporta de manera diametralmente opuesta solo puede ser considerado como un mentiroso o un hipócrita. Y eso es lo que demuestran las personas que se autodenominan creyentes.Y quizás el ejemplo más evidente de esta absurda doblez intelectual de las personas piadosas es en el tema de la muerte.

Si se es un verdadero creyente, de esos que sabe lo sumiso y buen cristiano que es uno mismo, es evidente que se tiene todas las papeletas para terminar en ese cielo de cartón piedra que describe la Biblia, dedicado en cuerpo ¿pero el carcomido por el cáncer o los años? y alma a la dicha eterna, junto con los angelitos músicos y demás miembros del virtuoso rebaño católico. Por ello, la postura más evidente para uno de estos verdaderos creyentes sería la de ansiar (con mayor o menor comedimiento) el momento de dejar este más que fehaciente y penoso valle de lágrimas para disfrutar de toda una eternidad de cristiana felicidad. Y sin embargo, en la práctica estas ovejas fieles a los dogmas de la santa madre iglesia se aferrar como posesos a esta desgraciada vida hasta el último suspiro, incluso aunque estén sufriendo los mayores dolores de una enfermedad terminal. Comportamiento éste que siempre ha sorprendido a este humilde ateo.

Es más, es habitual que la verdadera fe se transmita de padres a hijos, de tal manera que de antepasados piadosos se críen nuevas generaciones de vástagos también más que cristianos. Por ello, este racionalista tendería a pensar que es más que probable que el cielo esté lleno de familias numerosas de legionarios de Cristo, miembros del Opus Dei y demás aristocracia católica, desde los abuelos a los nietos por eso de la impronta divina y de su más que evidente superioridad numérica por no usar el diabólico preservativo. Por tanto, para estos verdaderos creyentes la muerte de un familiar no sólo no debería ser motivo de pena o tristeza, sino un momento de verdadera felicidad porque ese padre (cristiano por supuesto) tan querido ahora disfrutará de toda una eternidad de felicidad con los tíos, abuelos y demás antepasados más que católicos que le precedieron en su obligada cita con la Parca. Es más, en esos momentos todos los piadosos familiares deberían sentir algo de envidia y pensar que ojalá ellos mismos (y hasta sus hijos más pequeños) murieran cuanto antes y más que jóvenes, por eso de evitar pasar toda la eternidad con un cuerpo más que ajado, para así poder reunirse prontamente con sus más que queridos familiares.

Sin embargo, en esos funerales más que cristianos todos los afectados se encuentran tristes y desconsolados por la partida del familiar, siendo habitual que los deudos más próximos lloren a lágrima viva lo que por el contrario deberían estar celebrando con champán del bueno.

Por todo ello, las dos únicas conclusiones racionales que pueden extraerse de todo este asunto serían las siguientes. O bien ellos saben que a pesar de toda su supuesta piedad, sus pías obras, sus limosnas y su misa diaria no han sido tan buenos, y por tanto lloran porque ellos o su familiar van a dar con sus huesos a las Calderas de Pepe Botero por toda la eternidad, o que en el fondo de su más que defectuoso cerebro carcomido por el virus de la fe todavía les queda un poco de intelecto y de raciocinio que les dice que, a pesar de esa absolución de los pecados por la extremaunción realizada por el mismísimo arzobispo de Toledo, todas sus creencias no son más que el resultado de los delirios de unos pobres desesperados de tiempos remotos y que, como no hay nada más después de la muerte que ser pasto de los gusanos, son tan ateos de facto como el que más, aunque en su patética y cobarde disonancia cognitiva nunca querrán reconocerlo.

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