Una de las grandes sorpresas con respecto a la religión es
que aunque pasen los años, los siglos o incluso los milenios miles de millones
de piadosos ignorantes siguen utilizando los mismos gastados y erróneos
argumentos, a pesar de que haya sido desacreditados hace décadas o incluso
siglos.
Así, a día de hoy y en el más que avanzado y tecnológico
siglo XXI (en donde todo el conocimiento humano está a tan sólo un par de clics
de ratón y dos o tres entradas de la Wikipedia) millones de personas del mundo
civilizado, que disponen de internet y hasta de iPhone 7, siguen usando los
viejos, gastados y erróneos testimonios repetidos una y mil veces por los más ignorantes
y crédulos humanos del Medievo o incluso de la Edad del Bronce.
Así, uno de los principales argumentos en defensa de la
existencia del dios (o mejor dicho de la alucinación particular) de cada creyente
es ese de
“pero si en el accidente aéreo, terremoto, tsunami, erupción
volcánica o cualquier otro desastre natural o artificial de los que asolan con
recurrente cotidianeidad a la especie humana la divina providencia ha salvado a
una, tres o varias docenas de personas, ¿cómo puedes dudar de la benevolencia
divina?”
Y para desenmascarar (o más bien demoler) este tan simple
como ignorante “argumento” no hace falta recurrir a la Mecánica Cuántica o a la
neurociencia más avanzada, simplemente se puede recordar el ya que más que
lejano siglo XVI, en donde el más que racional y célebre Francis Bacon escribió en
uno de su muy interesantes libros la historia de un hombre que fue llevado a una
iglesia, lugar en donde se exponía un cuadro que representaba a unos marínenos,
que según la tradición, se habían salvado de un infausto naufragio tras haber
hecho votos sagrados ante la deidad de turno. Los piadosos proselitistas
religiosos le preguntaron al hombre si aquello no era la prueba evidente del
poder del dios en cuestión y, casualidades de la vida, el protagonista de esta
historia que debía ser un racionalista (y ateo para más inri) de tomo y lomo
contestó lacónicamente:
“¿Dónde están pintados aquellos que se ahogaron después de los votos?”
Porque si algo ha contribuido como ninguna otra cosa al casi
inimaginable poder de la ciencia no es el de encontrar correlaciones, sino el
de tener en cuenta y ponderar los casos negativos además de los positivos.
P.D.
La anécdota de Bacon ha sido extraída del más que
interesante libro de Steven Pinker “Los
ángeles que llevamos dentro”.
“el milagro no es dar vida a un cuerpo extinto, o luz a un ciego, o elocuencia a un mudo… Ni mudar agua pura por vino tinto… ¡Milagro es creer en todo eso!” Mario Quintana
ResponderEliminar