Una de las grandes falacias de la derecha nacionalcatólica
española es su desvergüenza a la hora de utilizar la famosa ley del embudo: tan
susceptibles a la hora de sentirse ofendidos y luego sin embargo tan laxos a la
hora de justificar su propio comportamiento.
Y el ejemplo más palpable de esa doble moral es nuestra
siempre particular lideresa madrileña: una persona que proyecta todos sus
defectos en sus rivales políticos, y que con la mayor desfachatez acusa a sus
adversarios de sus antidemocráticos comportamientos.
Porque que Esperanza Aguirre acuse al actual ayuntamiento de Madrid de "imponer su ideología, adoctrinar, descristianizar y cambiar las tradiciones"
porque los famosos reyes magos de una cabalgata llevaban con unos traje alejados de esa
recargada e inverosímil vestimenta, que más bien parece sacada de una película hollywoodiense
que de unos supuestos viajeros (por otra parte totalmente ficticios) del siglo
I de nuestra sería del todo risible si no fuera tan patéticamente
vergonzoso.
Porque ella misma, sus correligionarios y sus secuaces llevan 2.000
años adoctrinando (con cargo al dinero público irracionalmente malversado) al
repetir a nuestra infancia, año tras año y curso tras curso, ese infumable
cuento de la zarza ardiente, la paloma extraterrestre y su hijo zombi, las serpientes
parlantes, los gorrinos endemoniados, las separaciones de las aguas, la manzanas
del conocimiento, los patéticos milagros de panes y peces y aguas que se
convierten en vino, los diluvios universales y esa casi infinita retahíla de sandeces, escritas en la Biblia y repetidas hasta la saciedad por los sotanados
de toda época y condición, cuentos únicamente aptos para los más débiles
mentales miembros de nuestra escasamente pensante especie. Y aún así nuestra
incalificable aristócrata de medio pelo se permite el lujo de acusar de adoctrinamiento. ¡Ver para creer!
Estimada Sra. Lideresa, a ver cuando se entera usted que su
religión (esa que con tanto ahínco defiende y que durante su mandato nos
intentó meter con calzador hasta en la sopa) es uno de los conjuntos de
estupideces más monumentales que ha dado lugar la siempre febril mente de la humanidad, mitos inventados allá por la
ya lejanísima Edad del Bronce por unos pobres e ignorantes pastores de cabras, por unos cuidadores de ovejas más analfabetos que un cubo, individuos que en el
mejor de los casos se acercaban peligrosamente (cuando no sobrepasaban
claramente) esa a veces tan débil frontera entre la cordura y la más
desbordante demencia, con el único fin de poder sobrellevar las frías y aburridas
noches de los desiertos palestinos.
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