Que una persona infectada por el virus de la fe puede pensar las mayores locuras es algo ya fehacientemente demostrado a lo largo de los siglos y además, poco importa que el individuo en cuestión haya disfrutado hasta una educación superior.
Y el caso actual más paradigmático de esta locura religiosa es el candidato a las primarias republicanas Ben Carson, un antiguo neurocirujano de prestigio que tiene la terrible desgracia de ser un fervoroso creyente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, por lo que incompresiblemente para una persona de su formación y de su supuesta cultura e inteligencia es un literalista bíblico de los que ya sólo quedan en los muy particulares EEUU, individuo que cree a pie juntillas esas absurdeces sobre serpientes parlantes y manzanas que dan el conocimiento, esos cuentos sobre barro y costillas que se transforman en seres humanos creados hace tan sólo 6.000 años y demás mitos inventados por y para deficientes mentales.
Pues bien, su última ocurrencia ha sido opinar que el relato bíblico del patriarca judío José, el de las profecías al faraón sobre las siete vacas flacas y gordas y las siete espigas preciosas o agostadas que representaban los años buenos y las hambrunas en Egipto, tiene una base real.
¿Y cuál es la prueba de la literalidad de la Biblia según nuestro idiotizado protagonista? Pues agárrense porque no tiene desperdicio. Según Carson, la prueba serían las mismas pirámides egipcias que lejos de ser tumbas reales para los faraones (tal y como vienen diciendo los historiadores desde hace siglos) serian en realidad almacenes de grano que fueron construidas por orden del propio José. ¡Ahí es nada! Así que ya saben, miles de estudiosos han estado durante siglos perpetuando un inmenso error, hasta que nuestro adventista de fin de semana ha venido a abrirnos al verdadero conocimiento, cristiano por supuesto.
Pues bien, su última ocurrencia ha sido opinar que el relato bíblico del patriarca judío José, el de las profecías al faraón sobre las siete vacas flacas y gordas y las siete espigas preciosas o agostadas que representaban los años buenos y las hambrunas en Egipto, tiene una base real.
¿Y cuál es la prueba de la literalidad de la Biblia según nuestro idiotizado protagonista? Pues agárrense porque no tiene desperdicio. Según Carson, la prueba serían las mismas pirámides egipcias que lejos de ser tumbas reales para los faraones (tal y como vienen diciendo los historiadores desde hace siglos) serian en realidad almacenes de grano que fueron construidas por orden del propio José. ¡Ahí es nada! Así que ya saben, miles de estudiosos han estado durante siglos perpetuando un inmenso error, hasta que nuestro adventista de fin de semana ha venido a abrirnos al verdadero conocimiento, cristiano por supuesto.
Cada vez alucino más con los alucinados. El tal seudocientífico Carson ¿ignora que las pirámides son prácticamente densas, salvo las diminutas galerías de acceso de las cámaras (no menos pequeñas) de los enterramientos?
ResponderEliminarSupongo que el grano lo acumularían externamente, total, en el desierto no llueve nunca ¿No es así?
Este señor tampoco inventó nada, porque la creencia de que las pirámides eran los graneros de José proviene de una vieja tradición medieval. En el Libro de las maravillas del mundo de Sir Jean Mandeville, una crónica de "viajes" del S.XIV, reza: “Y algunos hombres dicen que se trata de sepulturas de grandes señores, que existieron antaño, pero esto no es cierto, porque la voz popular dice, en todos los parajes, que son los graneros de José”.
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