Pero para desmontar este tan pobre “razonamiento” déjenme exponer una analogía. Supongamos que una avanzada clínica encuentra un fantástico tratamiento capaz de acabar con el cáncer infantil a un precio razonable. Ante esta magnífica noticia uno de los cada vez más numerosos billonarios que hay en el mundo con conciencia filantrópica se pone en contacto con el hospital y analizando los números llegan a la conclusión de que se pueden curar todos los niños del planeta que padecen cáncer con tan solo unas pocas decenas de miles de millones de euros. Como esa cantidad es casi insignificante para nuestro billonario acuerda con los directivos de la clínica que irá pagando todas las facturas de los niños tratados a través de una fundación privada, lo que además le reportará en los próximos años unas generosas bonificaciones fiscales y todos felices ¡fin del cáncer infantil!
Pero antes de lanzar al vuelo las campanas hay un pequeño problema: los inventores del tratamiento además de geniales son tan infantilmente egocéntricos que no se conforman con salir en todos los medios de comunicación como los salvadores de la infancia, además de recibir el merecido Premio Nobel de Medicina por su increíble hazaña médica sino que necesitan algo más personal además de hacerse ricos.
Por ello establecen un protocolo que indica que aunque su tratamiento podría ser administrado a todos los niños del mundo, solo aquellos pequeños (y todos sus familiares) que les glorifiquen tanto en público como en privado todos los días, que gasten su propio dinero en hacer publicidad de los grandes logros del hospital, que intenten convencer a conocidos y desconocidos de las bondades de humillarse todos los días ante estas eminencias médicas y que si es necesario insulten, denigren, agredan y hasta maten a todos aquellos que expongan la más mínima crítica hacia su ya venerable institución sanitaria podrán en un futuro más o menos indeterminado ser receptores de ese maravilloso tratamiento que salvará la vida al pequeño, aunque los pacientes y sus progenitores solo sabrán si su corta o larga espera llega a un final feliz cuando reciban la orden de ingreso hospitalario, algo que secreto para todo el mundo hasta ese preciso momento.
Es evidente que ante tamaña desvergüenza, total falta de empatía y enfermiza egolatría el clamor en todo el mundo sería unánime contra estos genios de la medicina tan insensible como enfermizamente inhumanos y es más que probable que serían objeto de todo tipo de críticas e incluso de insultos, amenazas y quizás hasta de agresiones físicas más o menos graves por su intolerable comportamiento.
Y en este contexto, si se analiza con esta perspectiva las famosas “curaciones” milagrosas la conclusión debe ser igualmente obvia: ese supuesto ser benevolente que, no lo olvidemos, tiene el poder de terminar con las enfermedades en un instante simplemente “cura” a una fracción muy cercana a cero de los aborregados creyentes, ya que por ejemplo si hacemos caso a las estadísticas oficiales de la propia Iglesia católica se han producido en el principal santuario “sanitario” católico unas 7000 curaciones extraordinarias desde 1858 hasta la fecha actual ¡calderilla insignificante! de esos cientos de millones de piadosos pacientes que rezan constantemente ellos y sus familiares queridos esperando día tras día y año tras año una curación que nunca llega.
En resumen, solo hay dos posibles explicaciones a estos datos: o bien no hay ninguna deidad preocupada por los humanos o en el caso de existir es infinitamente ególatra, sádica y más desequilibrada mentalmente que el peor psicópata humano conocido por regodearse de esta manera tan deleznable con el casi infinito dolor de ese supuesto culmen de la creación que los sotanados de turno dicen que somos los sapiens.
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