Porque al daño que la religión produce en las personalidades menos fuertes se une un ciclo de vergüenza y dolor por no haber podido cumplir las expectativas de padres, familiares y amigos que, por estar también infectados por el virus de la fe, son incapaces de comprender la ansiedad de aquellos que han percibido que viven encerrados en una cárcel mental que constriñe su vida.
Por eso es muy fácil que este tipo de personas acaben teniendo serios problemas mentales que no son ni diagnosticados ni tratados por profesionales, sino que son exacerbados por el recelo de su comunidad que entiende que el problema es una “simple” falta de fe del disidente y que todo "se arregla" aumentando las cadenas mentales que atan al individuo a la religión.
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