Y no hace falta escudriñar oscuros pasajes, sino que la lectura del eje central de la doctrina mesiánica: esa supuesta y pronta vuelta a la Tierra del nazareno demente es la gran promesa incumplida por los siglos de los siglos.
Porque está muy claramente escrito en el Nuevo Testamento que el supuesto bastardo sideral afirmó taxativamente que volvería a la Tierra mientras todavía quedaran vivos algunos de los pobres infelices que le escucharon sus delirios allá por las castigadas tierras judaicas del siglo I EC. Es decir 20, 40 o como mucho 60 años tras su muerte, que ya sabemos que en aquella época quien llegara a centenario era un muy rara avis.
Pero hete aquí que como el circuncidado crucificado no apareció cuando los más viejos de sus seguidores iniciales peinaban ya canas, pues los discípulos más avispados (y también más mentirosos) comenzaron a decir que eso de la “inminente” segunda llegada del líder no iba a ser tan inminente.
Y ahora cuando ya han pasado la friolera de 2.000 años los aborregados miembros del iletrado rebaño cristiano siguen estúpidamente esperanzados de que cualquier día de estos aparezca el mesías por estos andurriales terrenales.
Aunque yo sospecho que esa espera seguirá otros miles de años hasta que todos los cristianos desaparezcan de la faz de la Tierra, porque es evidente que si existiera tal entidad el observar que después de tanto tiempo miles de millones de descerebrados siguen portado obsesivamente como símbolo el potro de tortura que le mató es evidente porque no quiere volver de ninguna manera, no sea que se vuelva a repetir tamaña barbaridad con su segundo cuerpo.
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