Que nuestros actuales gobernantes son dignos herederos del
nacionalcatolicismo fascista no puede sorprender a nadie, aunque el desparpajo ausente de todo disimulo
con el que se comportan les incapacitaría en cualquier democracia mínimamente
organizada para el desempeño de la función pública.
Porque el vergonzoso y criminal comportamiento, para los cientos
de miles de muertos de la guerra civil y sus familias y para los millones de
expatriados, que significa que el actual ministro del Interior (miembro de alto
rango del Opus Dei, una de las sectas más peligrosas del perverso y oscuro
mundo del catolicismo) justifique
la demencia de conceder la medalla al merito policial a una estatua de escayola
que representa a una imaginaria Virgen del Amor, como si del remoto y oscurantista
Medievo se tratara, porque la relación de la policía con la susodicha imagen se
remonta al terrible año de 1938 cuando el franquismo fascista masacraba sin
piedad a este desgraciado país es directametne de juzgado de guardia. Y claro, esas bonitas y criminales tradiciones fascistas
de torturar y asesinar rojos, ateos, anarquistas y republicanos varios, violando
ya de paso a sus mujeres y hermanas para que
mientras se reza
piadosamente a la Virgen del Amor deben ser recordadas y ensalzadas con una
medalla o diez si es necesario, para que las futuras generaciones disfruten y no
olviden las sagradas enseñanzas patrias. En fin, ¡asco de país!
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