La religión lleva prometiendo durante milenios que si el creyente se humilla lo suficiente ante la deidad y sobre todo, riega con generosas donaciones a sus representantes terrenales alcanzará la dicha celestial eterna. Y aunque nadie haya demostrado nunca si de verdad existe ese paraíso ultraterrenal, miles de millones de descerebrados siguen estúpidamente creyendo este cuento chino.
Pero quizás el mayor disparate consiste en creer como lo hacen millones de protestantes adeptos a las más variadas sectas cristianas norteamericanas que si dan mucho dinero al telepredicador de turno, dios les hará también ricos.
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