La
medicina científica y las tecnologías sanitarias permiten evitar la muerte de cientos
de millones de personas al año mediante cirugía avanzada, trasplantes de
órganos, o la administración de vacunas y antibióticos por poner sólo algunos ejemplos relevantes. Además y al menos en el mundo desarrollado, multitud de defectos
anatómicos y dolencias varias pueden ser corregidos mediante tratamientos tanto paliativos como
curativos como pueden ser gafas, audífonos, medicación específica contra los
síntomas, etc. de tal forma que cada vez vivimos en mejores condiciones de
salud un mayor número de años de nuestras cada vez más longevas vidas. Y todo
ello no es fruto de la casualidad o del destino. Muy al contrario, estos logros
son el resultado del esfuerzo y del ingenio continuado a lo largo de los últimos
siglos de diversas generaciones de científicos, ingenieros, personal sanitario,
etc. que unas veces de forma aislada, genial y heroica y otras coordinadamente
desde grupos de investigación básica en multitud de ramas del saber, pasando
por la investigación aplicada tanto pública como privada acaba con el paso
final de la puesta a disposición de la ciudadanía de un medicamento por las tan
habitual e injustamente denostadas empresas farmacéuticas. Pero
desgraciadamente y salvo en contadas excepciones en donde tras un tratamiento
de una enfermedad grave o de una operación compleja en que el paciente o sus
familiares felicitan al equipo médico por la recuperación del enfermo, la
mayoría de las personas no son conscientes del enorme trabajo e ingenio desplegado
por todos los especialistas, instituciones y empresas antes mencionados para
curar o mitigar su dolencia particular sea de la gravedad que sea. Por el
contrario, es muy frecuente que muchas personas agradezcan la supervivencia o
la mejoría de una enfermedad a un conjunto heterogéneo de supersticiones: el
destino, la buena suerte, los ángeles, los santos o la innumerable caterva de
dioses que la fértil y ociosa imaginación de los simples ha ido construyendo a
lo largo de siglos de ignorancia y debilidad mental. Por ello y ahora que se está
empezando a poner de moda la emisión de las llamadas factura sanitarias informativas,
en donde se desglosa el costo de una hospitalización, sería muy aconsejable que tras
cualquier tratamiento médico, se emitieran unas notas informativas en las que se
detallara el conjunto de descubrimientos científicos e invenciones tecnológicas utilizados
en la curación de cada dolencia. Ello
pondría en valor a los verdaderos artífices de la "milagrosa"
sanación.
Además
y para el caso de aquellos tratamientos que no finalizan con éxito, ya que
todavía no se conoce la cura para una determinada enfermedad mortal, sería muy
conveniente repartir entre los afligidos familiares una nota del tipo de la
siguiente:
Desde el estamento biosanitario al completo lamentamos
profundamente que con los conocimientos científicos y las tecnologías actuales
no haber podido curar a su familiar enfermo. Sin embargo pensamos objetivamente que
1.- Si los millones de adivinos, brujos, nigromantes,
videntes, curas, monjas, rabinos, ulemas, ayatolas, sacerdotes, monjes varios, obispos,
espiritistas, arzobispos, popes, santones, patriarcas y demás adoradores de los diversos
cultos que han poblado y todavía pueblan el mundo, hubieran estudiado ciencia en lugar
de dedicar todos sus esfuerzos y vidas en averiguar si a su dios particular le
gusta o le disgusta la carne de vaca o de cerdo, cual es el sexo de los
ángeles y otra multitud de menudencias similares y
2.- Si los billones de euros que la
humanidad ha dedicado en enaltecer y sobornar a la miríada de ególatras dioses
inventados mediante la construcción de iglesias, pagodas, mezquitas, sinagogas
y templos diversos y todo el derroche añadido que ello conlleva: oro, piedras preciosas,
sedas, mármoles, etc, etc, etc, se hubieran dedicado a promover el conocimiento
científico y el estudio de la naturaleza
MUY PROBABLEMENTE a día de hoy hubiéramos dispuesto
de un tratamiento efectivo para la dolencia que desgraciadamente acabó con la
vida de su querido familiar.
Atentamente
Excelente!!!
ResponderEliminarAhora resulta que la ciencia es el dios de todas las cosas. Ahora resulta que la investigación es benévola de por si y el común de los mortales que no son médicos, ni enfermeros, ni científicos, solo tenemos ojos para abrirlos de par en par en admiración. Resulta también que la ciencia no se mueve por intereses económicos,que no se utiliza a pacientes como auténticos conejillos de indias y que al parecer lo que te diga un médico, por ser parte de esa élite que trabaja de sol a sol por el bien de la humanidad, te lo tienes que creer a pies juntillas. Por lo visto no se acometió en toda la historia ni una sola aberración en nombre de la ciencia.
ResponderEliminarMarta si a lo mejor tienes razón y la ciencia no vale para nada. Pues nada intenta volver a vivir como cuando la ciencia no existía: con una esperanza de vida de 30 años (eso si no te morías antes en cualquiera de los múltiples partos a los que estarías expuesta porque de anticonceptivos y ginecología nada de nada), rezando al dios de tu elección para que tus hijos no murieran con la primera y miserable infección que cogieran, comiendo alimentos llenos de patógenos (eso cuando las sequías y plagas dejaran algo para comer). Vamos como en cualquier país actual del tercer mundo o como en la Europa de hace unos siglos. Ah, por cierto y olvídate de la electricidad, de la TV, de internet, de la lavadora y de los miles de inventos que te hacen posible llevar una vida cómoda, segura y soportable. En resumen, que asco de ciencia. ¿O no?
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