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19 de agosto de 2011

El caso del científico terrorista católico muestra las deficiencias de la ciencia


En un post del año pasado ya comentaba el aislamiento de la ciencia del resto de la sociedad. Primero por nuestro propio elitismo como investigadores que suponemos que gracias a los increíbles descubrimientos que hemos conseguido como colectivo en los últimos siglos: avances técnicos, vacunas, trasplantes, cirugía avanzada, etc que han logrado un grado de desarrollo y confort inimaginables para nuestros antepasados más recientes se nos tiene que tener en cuenta directamente. Y después por una malentendida neutralidad de muchos científicos con la ignorancia religiosa, el oscurantismo mágico y la superstición, cuyo máximo exponente aunque no único, fue el fallecido y genial paleóntologo Stephen Jay Gould creador del término de los "dos magisterios no superpuestos". Así según esta visión complaciente con la religión, la ciencia estudiaría lo empírico y el magisterio de la religión se extendería acerca del sentido último y los asuntos morales. Como se puede observar esta excluyente dicotomía permite que personas sin ninguna formación especial como son los sacerdotes, ulemas y rabinos que únicamente han destacado por dedicar su vida a creer sin ninguna base racional en deidades antropomórficas inventadas por pastores que habitaron el creciente fértil en la antigüedad, puedan establecer "juicios morales" y condicionar con ellos la vida de millones de personas o limitar y hasta prohibir determinados estudios científicos, considerados poco éticos a la luz de la interpretación de oscuros textos revelados por una divinidad absolutamente ignorante y iletrada como la que habla a través de la Biblia o del Corán.
Pues bien, toda esta inacción al final implica un uso sesgado de la ciencia por parte de los creyentes, de tal forma que al no haber aprendido como funciona y lo que significa el método científico pueden disfrutar de los privilegios de una ciencia en continuo e imparable desarrollo mientras por otra parte menosprecian desde su osada ignorancia ese mismo conocimiento que les permite vivir largas vidas en óptimas condiciones. Además, un reducido pero muy influyente grupo de estas personas religiosas llevan al extremo su fanatismo y su incultura intentando destruir a la ciencia. Así los fanáticos cristianos norteamericanos bloquean la enseñanza de la biología avanzada en los colegios de ese país en consonancia con otros fanáticos musulmanes tal y como ya comente en una entrada previa. Pero el caso más llamativo es el de los terroristas religiosos capaces, como los fanáticos yihadistas, de usar la última tecnología como Internet para hacer proselitismo ó de utilizar un avión como arma letal en un atentado sin renunciar al paraíso revelado a un beduino del desierto que vivió hace quince siglos. En este contexto la detención de un fanático católico que planeaba atentar contra la marcha laica de Madrid debería hacernos reflexionar a todos los científicos. El terrorista en ciernes no era un analfabeto que vivía en una remota aldea de Afganistán, era un mejicano titulado superior, licenciado en Químicas y que se encontraba cursando sus estudios doctorales nada menos que en un centro de investigación del CSIC, es decir la élite científica española. Pues bien, este iluminado estaba utilizando sus conocimientos científicos para diseñar una bomba con la que asesinar a ateos y homosexuales según indicaba en diversos foros de internet. ¿Cómo un persona con profundos conocimientos científicos puede ser un fanático criminal religioso? Pues por la condescendencia con la que se trata a la religión desde amplios sectores del ambiente académico y científico. No debemos ofender las creencias por absurdas, antidemocráticas o criminales que sean estas. ¿Pero que hay más criminal que acosar y extorsionar continuamente a los no creyentes, sobre todo cuando son tiernos infantes de catequesis, con horribles torturas por toda la eternidad por no hacer lo que el cura de turno te ordena? Además este terrorista católico mejicano puede pedir que le dejen acudir a las jornadas papales en Madrid y con la indulgencia plenaria dictada por Benedicto XVI conseguir el perdón del pecado, si es que puede considerarse pecado eliminar de la faz de la tierra a horribles seres como son los ateos y los homosexuales. Así que aquí paz y después gloria.

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