Cristianos y musulmanes comparten un estupidez supina:
adorar reliquias de santos y profetas como si el dedo incorrupto de una demente
abulense o el pelo de la barba de un beduino pederasta tuvieran algún tipo de
poder mágico, salvo por supuesto el de convertir a seres humanos en principio potencialmente
racionales en imbéciles integrales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario