Y así entonces debemos ejecutar sin miramientos ni tampoco remordimientos a las brujas, a los que comen cerdo o vaca, a los que comen carne cuando no deben, a los que los que no se mutilan el pene o la vagina, a los que se dan placer por agujeros nefandos o a los que trabajan el viernes, sábado o domingo según sea la única verdad revelada. Y eso por supuesto se llama teocracia y ya sabemos por la historia donde conduce.
Pero si asumimos todo lo descubierto por la Ciencia en sus múltiples variantes (antropología, biología evolutiva, historia, neurociencia, psicología o psiquiatría entre otras) llegaremos a la inexorable y más que certera conclusión que esos libros supuestamente divinos fueron simplemente escritos por profetas analfabetos y en la práctica dementes, personajes que se diferenciaban en medio cromosoma de nuestros primos los chimpancés. Y entonces, lo mejor sería llevarlos al cajón del olvido y desarrollar una sociedad libre de este tipo de peligrosas alucinaciones.
Pero lo que no se puede hacer, es lo que hacen los creyentes “moderados” que es interpretar esos supuestos libros divinos a su antojo según la Ciencia va demostrado implacablemente que cada una de las frases de esos libros supuestamente iluminados son un cúmulo de errores cada vez mayor, para luego quedarse con todo aquello que el conocimiento científico no ha desvelado y seguir llamándolo Dios.
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