Y esto es así, porque abandonarse a la creencia de que nuestra existencia es solo un pequeño paréntesis temporal convierte a esos 40, 60 o 100 años de vida en algo sin importancia, cuando en realidad es todo lo que los humanos tenemos y es el tiempo que debemos aprovechar al máximo ya que una vez muertos no hay nada.
Y si esta creencia hace casi insignificante la vida de cada ser humano, el daño a la sociedad es mucho mayor ya que si todas los sufrimientos, todas las injusticias, todo el dolor van a ser recompensados con un infinito placer en el más allá entonces ¿para qué esforzarse en esta vida?
Así, no es necesario perder el tiempo estudiando las enfermedades para inventar formas de combatirlas, ya que cuanto mayor sea nuestro sufrimiento en la Tierra más cerca estaremos del Cielo.
Luchar contra los patógenos ¿para qué? puesto que si tu hijo muere a los 5 años de sarampión su camino al cielo estará garantizado.
¿Para qué intentar paliar los efectos de terremotos, volcanes y demás desastres naturales si con ellos cientos, cuando no miles de personas van derechitas a jugar con los angelitos?
Y en el caso de la política ¿para qué combatir a los tiranos? si en realidad los reyes y los dictadores lo son por voluntad divina como tantas veces nos recuerdan los sotanados de turno. Y entonces, los desmanes, injusticias y castigos con los que atemorizan, dañan y matan a sus súbditos son en realidad formas de acercar al pueblo a la ansiada meta divina.
Es por ello, que la creencia en el Cielo es tóxica tanto individual como colectivamente y no tiene cabida en una sociedad moderna que intenta buscar el mayor beneficio para todos los ciudadanos.
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