Durante siglos el gran “argumento” de los creyentes ha sido:
créeme, porque yo he visto/hablado con … Y aquí los religiosos rellenan los
puntos suspensivos con Yahvé, Jesucristo, Alá, Buda, Zoroastro, Ghanesa, Osiris,
Zeus, Viracocha, Quetzalcóatl o el dios particular que cada profeta haya inventado
en sus momentos de “inspiración”, generalmente bajo los efectos de diversas
sustancias psicotrópicas y/o mortificaciones, abstinencias y demás tormentos masoquistas
(tanto físicos como psíquicos) a los cuales son tan proclives este tipo de
enfermos mentales.
Pero el hecho de que un creyente interprete cualquier
fenómeno “extraño” como una revelación de la deidad de su elección, incluso ver
a Jesucristo o a Mahoma en un tostada quemada muestra de manera irrevocable la
base de todo este absurdo y delirante comportamiento: el malfucionamiento de
unos cerebros evolutivamente seleccionados para encontrar patrones (aun cuando
estos no existan) asociados a caras y vocalizaciones humanas, que es la gran(y delirante)
especialidad de la mente sapiens.
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