Aunque el concepto de selección natural ya había sido expuesto en el siglo IX por el filósofo árabe Al-Jahiz en su Libro de los animales en donde estaban ya los postulados claves evolutivos sobre la lucha por la supervivencia de las especies y la herencia de características exitosas mediante reproducción, la falta de pruebas empíricas y la teocracia dominante en esa época dejaron su clarividente pensamiento en el olvido.
Sin embargo, a mediados del siglo XIX la publicación de los estudios de Darwin y de Wallace y después los otros miles de experimentos llevados a cabo por infinidad de investigadores de todo el mundo destruyeron hasta sus endebles cimientos la “teoría” de la creación, ya que toda la inmensa diversidad de la vida en la Tierra estaba inexticablemente ligada a una protobacteria ancestral mediante los inexorables mecanismos de la variación genética y la selección natural.
En ese punto, en el que el “diseño” divino había sido mostrado como una evidente alucinación colectiva debida a la fantasía humana y a la falta de conocimiento, ser ateo no sólo se hizo fácil sino que se ha convertido en la única manera racional de comprender la Naturaleza y de enfrentarse a los azarosos avatares de la vida.
Porque seguir “pensando” es este siglo XXI que hay más allá del tiempo y del espacio una divinidad que diseño (muy chapuceramente por cierto) este mundo y que además está pendiente de unos pobres monos bípedos y de sus miserias es para hacérselo tratar por un buen psiquiatra.
Pero Wallace, científico indudablemente de valía que demostró en 1907 la inexistencia de vida en Marte, era muy crédulo con los supuestos prodigios espiritista.
ResponderEliminarLa Ciencia avanza con los logros de los científicos y descartando sus errores. Wallace está en el panteón de la Ciencia por su co-formulación (junto con Darwin) de la Teoría de la Evolución.
Eliminar