Los creyentes, en su más que particular ignorancia, acuden a
la belleza de la Naturaleza para intentar "demostrar" la existencia
de su particular deidad, sea esta cual sea. Pero este más que pobre
"argumento" es un simple castillo de naipes que se derrumba ante el más mínimo análisis
racionalista.
Esta bella estampa
de una grácil gacela, toda estilizada, delgada, ágil y veloz
es la única prueba que necesitan los creyentes para afirmar con total rotundidad (y de la manera más equivocada por cierto)
que todo éste más que complejo mundo que nos rodea es el resultado de la
intercesión de una entidad atemporal, todopoderosa, benevolente y sobre todo
omnisciente. Y sin embargo, como cualquier persona mínimamente racional puede
deducir de las clases de ciencias naturales que recibió en la enseñanza
primaria, la existencia de la bella gacela significa algo totalmente opuesto a lo que
defienden los infectados por el siempre perjudicial virus de la fe.
Porque en cuanto se amplía un poco el objetivo de la cámara
aparece otra estampa que nos cuenta una historia muy diferente de esa con la que nos
quieren convencer los religiosos, imagen que por cierto es mucho menos
reconfortante y más terrorífica:
y que desmonta de manera brutalmente impactante todo ese
bonito cuento del diseño de la Naturaleza por parte de un todopoderoso,
omnisciente y más que benevolente deidad judeocristiana.
Ya que como se puede
observar en la imagen no hay poesía alguna en la Naturaleza inspirada por un barbudo,
magnánimo y artístico "creador", solo un pavoroso terror en la gacela
y un hambre feroz en el guepardo. Dos especies que llevan millones de años obligadas a repetir (cuales Sísifos condenados) una y otra vez siempre la misma y atroz escena: correr, correr y
correr cada vez más rápido para en el caso de la gacela no acabar siendo la
presa y en el del depredador saciar ese terrible hambre que le consume desde
hace días.
En resumen, el más mínimo análisis racional de la Naturaleza
presenta a los creyentes una dicotomía a cual más terrible: o han dedicado su
vida a un entidad tan real como Superman o el ratoncito Pérez o esas deidades
ante las que se humillan servil e ignorantemente son psicópatas despiadados que
llevan millones de años regodeándose con el sufrimiento, el miedo y el terror
de esas decenas de millones de especies a las que tan poco inteligentemente y
más que sádicamente han diseñado para perpetuar por toda la eternidad el mismo ciclo de sangre y garras.
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