Tan importante como disfrutar de una vida digna es el poder
terminar también dignamente y sin sufrimientos adicionales. Y esta simple idea
que debería estar escrita en piedra en toda legislación de un país civilizado, debería
estar más presente aun cuando de menores de edad se tratara.
Porque que un adulto pueda en su propio perjuicio alargar su
enfermedad terminal hasta donde sus creencias o sus miedos así lo exijan tiene
un pase, pero que un niño con una enfermedad terminal que tiene dañados
prácticamente todos sus órganos sea moneda de cambio para la moral cristiana,
con todo ese despliegue de un avión militar italiano para transportarlo desde el Reino Unido a un hospital del Vaticano,
para que así se pueda alargar su más que terrible agonía y los sotanados de
turno puedan seguir con su deleznable moralina de que “la vida es sagrada” debería
ser motivo suficiente de denuncia judicial.
Porque es más que ofensivo que mientras miles de inmigrantes
mueren como perros frente a las costas italianas, se
monte toda esta vergonzosa parafernalia, con concesión de ciudadanía italiana
inmediata incluida, para lo que ya no es más que un pobre y diminuto cuerpecito en fase
casi de descomposición, que lo único que necesita es que lo dejen morir en paz
cuanto antes.
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