Los hechos son indiscutibles: el Sol aparece por el este, en el invierno hace más frío que en el verano. Y cuando los hechos no concuerdan con nuestras creencias es que estamos equivocados.
Los religiosos afirman que existen entidades supraterrenales que se preocupan por el bienestar de los humanos. Sin embargo, la más mínima reflexión sobre un mundo plagado de peligros para los humanos (desastres naturales, enfermedades, cáncer y demás) apuntan a que en caso de existir estas deidades no serían tan benevolentes con nosotros como los creyentes afirman.
Además está el hecho de que nuestra especie ha adorado a miles y miles de divinidades diferentes totalmente incompatibles entre sí en atributos y sobre todo en obligaciones humanas con ellas.
Si unas supuestas deidades omnipotentes no han sido capaces de dar unas instrucciones claras a estos pobres monos sin pelo que vagamos por la Tierra ¡y mira que han tenido tiempo!: no está claro si comer vaca o cerdo está prohibido, si debemos adorar a una cruz o a la imagen de un cocodrilo, si tenemos que rezar mirando al desierto o a la montaña, si hay que cortar el pene o la oreja a nuestros hijos o el resto de disparatados mandatos contradictorios que monjes, ulemas, rabinos, sacerdotes y demás supuestos mediadores de lo divino afirman conocer, entonces la única conclusión que puede deducir una persona mínimamente racional es que, con una altísima probabilidad todas ellas están equivocadas y que a la vista de los casi innumerables estudios científicos realizados por miles de investigadores en múltiples campos del saber (antropología, biología evolutiva, economía, historia, neurociencia, psicología, psiquiatría, etc.) la religión sea un simple constructo mental regido (como casi todo) por las inexorables leyes de la selección natural, como el resto de comportamientos tanto de humanos como de animales.
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