El gran “argumento” de los creyentes para intentar convencer de que todo este maravilloso mundo que nos rodea fue creado por una colérica zarza ardiente para disfrute y solaz de unos monos con poco pelo y cabezones como nosotros es apelar a un supuesto del “ajuste fino del Universo”.
Pero no hace falta ser Premio Nobel (tan solo utilizar una mínima parte de la capacidad de ese maravilloso órgano con el que nos ha dotado la selección natural para discernir, y que muy desgraciadamente está más que bloqueado entre el adocenado rebaño cristiano) para darse cuenta que prácticamente nada del casi infinito espacio-tiempo del Universo tolera la vida en general y mucho menos la existencia de unos prepotentes simios con mucho ego y poco juicio.
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