El gran problema de la religión es decidir a cuál de la innumerable infinidad de deidades inventadas por la siempre delirante imaginación humana es adecuado rendir humilde pleitesía.
Y así, lo más racional es no hacer caso a ninguno de estos mentirosos mediadores de lo divino mientras la(s) verdadera(s) deidad(es) no haga(n) acto de presencia real y manifiesten inequívocamente su voluntad, ya que mientras solo se aparezcan a enfermos mentales y a analfabetos irredentos bien podemos olvidarnos del más allá.
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