Cualquier persona mínimamente versada en el estudio (o
incluso en la mera observación) de la Naturaleza solo puede llegar a una
inevitable (y racional) conclusión: la vida en la Tierra no ha podido ser
diseñada por ninguna entidad “inteligente” a no ser que se asuma que esta
deidad fuera poco inteligente o lo que es peor, malvada en grado sumo.
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