Casi desde nuestros más remotos orígenes la fértil, y también disparatada, imaginación humana ha supuesto que la voluntad de un simple primate sin pelo podía alterar (a su favor por supuesto) la realidad y que simplemente deseando algo muy profundamente, pensando, hablando, cantando y mucho más tarde escribiendo algunas palabras mágicas se podía modificar el clima, predecir el futuro, atraer a la caza, curar enfermedades, salvar las cosechas o proteger tanto a humanos como animales domésticos.
Y estos ritos milenarios de patética inacción frente a una Naturaleza cruel y despiadada, a la que le importamos lo mismo que la más simple bacteria, han tenido a miles de millones de seres humanos encadenados a la superstición y también al fanatismo, sin por supuesto alterar un ápice las condiciones del planeta.
Solo cuando los humanos hemos actuado como verdaderos sapiens, es decir razonando, comprendiendo y actuando con lógica y sobre todo con esa poderosa herramienta llamada Ciencia, hemos alterado la Naturaleza a nuestro antojo: combatiendo de manera efectiva terremotos, sequías, enfermedades y plagas, inundaciones y demás peligros para la Humanidad.
Es por ello que es evidente que si los humanos hubiéramos adoptado la Ciencia hace siglos, en lugar de dilapidar cerebros, dinero y recursos en erigir infinidad de inútiles templos dedicados a la ignorancia religiosa, hoy en día muy probablemente estaríamos a años luz en el conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario