El haber sido adoctrinado para creer que un ser infinitamente poderoso escruta todos tus actos y pensamientos para decidir si te castiga por toda la eternidad crea una huella imborrable en el cerebro de tal manera que incluso aquellos que al final (y tras tortuosos caminos) abandonan esa manipulación psicológica que es la religión pueden seguir sufriendo estrés durante muchos años, como les ocurre a las personas que han sufrido un grave trauma emocional.
Y esto es así, porque un cerebro adoctrinado en la sumisión y en el control absoluto del Gran Hermano Celestial, desgraciadamente casi nunca puede acabar liberándose del todo de esa terrible manipulación y siempre seguirá con algo de miedo como les ocurre por ejemplo a las mujeres violadas que nunca terminan de sentirse seguras ni llegan a poder confiar plenamente en los hombres.
Es por ello que la religión debería ser considerada un atentado contra los más elementales derechos humanos y ser castigada como cualquier otro delito.
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