26 de mayo de 2025

La forma más efectiva de morir y de matar es apelando a dioses imaginarios

A lo largo de la historia siempre ha existido un vínculo común entre religión y violencia, muchas veces hasta el grado de genocidio.

Los cristianos no pueden aceptar la cruda y criminal realidad de que por ejemplo el genocidio nazi contra los judíos no hubiera podido no solo llevarse a cabo, ni siquiera imaginarse, en una nación supuestamente civilizada como Alemania si los seguidores de nazareno demente no hubieran llevado dos milenios de acoso, persecución, violencia, asesinatos y hasta pogromo tras pogromo a lo largo de los siglos en toda la Cristiandad por la supuesta terrible culpa de los judíos por el asesinato de su líder espiritual.

Y dejando de lado por ser bien sabidos los ejemplos de las cruzadas o la fanática lucha entre católicos y protestantes durante toda la Edad Media, lo mismo es aplicable al caso de sunitas y chiitas enfrentados, entre tamiles hinduistas y budistas cingaleses, entre musulmanes e hinduistas que se matan en la India por la posesión de las ruinas de un templo, o como los supuestamente pacíficos budistas asesinan a miles de musulmanes en Birmania o el ya secular enfrentamiento entre judíos y palestinos.

Y todo esto es posible porque la religión da una errónea certeza de que nosotros y solo nosotros tenemos a la divinidad de nuestra parte y que ellos, los herejes, los impíos son pecadores que por la inexorable (i)lógica del fanatismo religioso deben ser convertidos cuando no simplemente exterminados para cumplir los siempre sangrientos deseos del Cielo.

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