Alfred Russell Wallace, el codescubridor del evolucionismo cometió el peor error que puede cometer un científico: apegarse a la superstición a pesar de las pruebas y los hechos.
Y en esa destructiva dinámica de olvidarse de los hechos y los datos, Wallace se convenció (como cualquier otro creyente) de que el ser humano era algo «especial» asociado ¡cómo no! a poderes del más allá y no otro (y simple) primate que ha llegado a este mundo como cualquier humilde arbusto, ave, hongo u hormiga: por los azarosos designios de una ciega selección natural que solo «encuentra» el camino más corto y menos costoso para que los genes vayan perdurando a través del tiempo y del espacio.
Y así, tal y como comenta Daniel Dennett en el siguiente video, estas orejeras mentales hicieron que Darwin se enfrentara a Wallace con el resultado final que todos conocemos.
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