Si a una monja se le cura un simple salpullido tras rezar a la estampita de San Apapurcio mártir ¡milagro! Si tras un accidente de aviación todos los pasajeros sobreviven es gracias a Dios y no a la pericia de los pilotos y controladores de vuelo. Si en ese mismo accidente solo hay un fallecido ¡alabada sea la virgen María! Si después del impacto en tierra, todos los pasajeros excepto uno mueren ¡gracias a Dios! por salvar a un creyente, aun cuando otros 200 católicos más piadosos incluso que el fallecido hayan muerto carbonizados. Y por supuesto si los cuerpos de todos los tripulantes y pasajeros del avión accidentado quedan esparcidos por varios kilómetros a la redonda del impacto ¡pues loado sea nuestro señor por haberse llevado a estos piadosos cristianos a su vera en el Cielo! ya que por fin han abandonado este valle de lágrimas y podrán gozar de la dicha eterna.
En resumen, todo en la vida de un creyente es un perpetuo milagro aun cuando ellos sean los que más lloran en los funerales, porque en realidad bien saben estos estúpidos dentro de su casi infinita ignorancia que todo ese cuento del cielo es una completa farsa.
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