El siempre brillante Richard Feynman explica muy irónicamente el grandísimo error de la religión, en donde los creyentes no se ponen de acuerdo respecto a las increíbles (y más que falsas) historias que adoran, cuentos tan infantilmente provincianos que únicamente son capaces de imaginar lo que ocurre en el más infinitesimal rincón de un Universo prácticamente infinito.
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