Los niños creen que el mundo orbita a su alrededor y que todo
se puede conseguir simplemente con desearlo, porque para eso están los padres,
para cumplir los deseos de los pequeños ególatras.
El problema es que cuando crecen, muchos de esos niños infectados por el siempre peligroso virus de la fe transfieren esa responsabilidad de sus padres a otra entidad mayor y supuestamente todopoderosa que según le ha contado el mentiroso sotanado de turno les seguirá (únicamente en su disparatada imaginación por supuesto) colmando de parabienes.
Y es por ello que estos pobres (de)mentes dejan de pedir juguetes a los Reyes Magos o a Papá Noel para solicitar felicidad, fortuna, trabajo, alivio de sus dolencias y cualquier otro deseo por más inconfesable o estúpido que este sea, con la tan manida (para nada efectiva) oración a una divinidad o incluso a todo el santoral católico, entidades tan absurdamente reales como ese ratoncito Pérez al que acudían en su más tierna infancia.
Y lo peor de todo es que estos simples encima tienen derecho al voto, en lugar de estar siendo tratados por un profesional experto en Psiquiatría.
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