El gran argumento final de los religiosos siempre es el mismo: “créeme si te digo que mi dios existe”. Y entonces los ateos o los creyentes en deidades diferentes debemos caer arrobados y asumir sumisamente que el “testimonio” del piadoso es fidedigno y la prueba definitiva que Alá, el dios elefante o el nazareno demente gobiernan el Universo.
Pero, resulta que los humanos si nos caracterizamos por algo es por nuestra infinita capacidad de mentir y por nuestra secular tendencia a fabular y sobre todo a alucinar, interpretando erróneamente las señales que llegan a nuestro tan particular cerebro, sobre todo cuando encima la mayoría de las veces los creyentes que afirman haber estado en contacto con la divinidad se han sometido a prologados ayunos y faltas de sueño, así como a inconfesables actos de masoquismo y al uso y abuso de estupefacientes varios, que suelen tener como resultado final que el poco raciocinio que suelen tener los infectados por el virus de la fe desaparezca completamente.
Pero como muy bien se indica en el siguiente video, la carga de la prueba recae en aquellos que hacen tales fantasiosas afirmaciones, dislates con los que los simples de mente llevan engañados milenios por los delirios de profetas analfabetos y más que alucinados.
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