Si el estúpido rebaño cristiano, jugadores incluídos, celebra con devoción la ayuda divina conseguida frente al equipo contrario es evidente que también se debería culpar a la deidad cuando nuestro equipo pierde el partido.
Pero esta lógica irrefutable por supuesto que está infinitamente por encima de la escasa capacidad de raciocinio de los pobres ignorantes carcomidos por el virus de la fe.
Porque si los deportistas cristianos afirman que dios les ha ayudado a ganar (deshonestamente entonces) el partido, debería quedar claro que cuando otros deportistas cristianos pierden es también por culpa de su dios. Y entonces ¿para qué cobran esas estrellas del deporte sus astronómicos sueldos si todo depende de la voluntad divina?
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