Uno de los espurios argumentos más machaconamente repetidos
por los antivacunas es que ellos tienen todo el derecho del mundo a no vacunar
a sus hijos aun cuando se acaben creando focos o guetos de comunidades sin
protección que puedan servir como catalizadores para epidemias. Ahora bien, ¿qué
ocurriría si los padres de los niños vacunados quisieran ejercer su libertad de
la irresponsable manera de los antivacunas?
En el reciente caso del niño con difteria de Gerona, la
libertad de no vacunar a un niño ha desatado una alarma sanitaria de primer
grado, con cientos de personas bajo observación y control epidemiológico, de
tal manera que se están haciendo controles a todas las personas que ha podido
estar en contacto con la irresponsable familia. Con estos controles médicos 8
niños que han dado positivo para la presencia de la bacteria pero que, por
estar vacunados no han enfermado, han sido puestos en cuarentena por parte de
las autoridades sanitarias en sus propios hogares para proteger de riesgo
de contagio a otros niños no vacunados que todavía se encuentran sanos y sin
infectar. Es decir, que por unos irresponsables padres que han ejercido su
“derecho” a poner en peligro la vida de su hijo, ahora esas otras 8 familias
están pagando las consecuencias a pesar de haber cumplido escrupulosamente con
sus deberes ciudadanos.
Pero pensemos ahora si estos 16 padres, decidieran ejercer
sus derechos de manera tan irresponsable y egoísta como los padres del pequeño
hospitalizado y argumentaran que porqué se va a recortar la libertad de
movimiento de sus hijos, que además se encuentran perfectamente aunque sean
contagiosos. Es decir que bien podría decir que
“¿quién es el guapo que le quita la libertad a mi hijo de jugar en la calle o en el colegio con quien quiera? y si alguien se infecta pues ese es su problema, sobre todo porque en realidad ha sido culpa suya por no cumplir las recomendaciones sanitarias”
Porque lo que está mostrando esta situación es que los
irresponsables quedan libres de toda culpa y que al final quienes acaban
pagando un precio son encima aquellas personas más responsables y que se
atienen a las más mínimas e insustituibles normas de convivencia.
Esto es lo que pasa por no enseñar valores cívicos en el
colegio a todos los ciudadanos, que luego algunos acaban llegando a adultos sin
haber aprendido la lección y comportándose entonces como unos perfectos niños
caprichosos, intolerantes y malcriados, incapaces de entender que el mundo no
gira alrededor de ellos y que vivir en sociedad implica importantes concesiones
y restricciones por parte de todos. En resumen, que la libertad de cada uno
termina allí donde empiezan los derechos del conjunto de la ciudadanía.
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