Resulta que una mujer ha tenido que denunciar a los autobuses urbanos de su ciudad porque le obligaban a sentarse en la parte trasera del vehículo y un juez, como no podía ser de otra manera le ha dado la razón. No se crean que la enfermedad de Alzheimer está haciendo estragos en mi intelecto, ya sé que no estamos en la Alabama de 1955 y la demandante no es Rosa Parks luchando por los derechos civiles de los afroamericanos en EEUU. No, la demandante es una abogada israelí que no quiere ir en la parte trasera del autobús mientras los hombre viajan en la delantera para evitar el más mínimo contacto entre personas de diferentes sexos y así tranquilizar a los judíos ultraortodoxos que ven como en los autobuses llenos de gente el roce se hace inevitable y por tanto el maligno afila sus garras provocando su perdición. Menuda confianza en su fe y en su sentido de la moral tienen estos melenudos con tirabuzones y barba. Resulta que en ese país existen 50 líneas de autobuses que obligan a esta absurda y prehistórica segregación sexual por presiones de los fanáticos religiosos. Luego dicen que la religión es benefactora y debe ser preservada de toda crítica. Si dejamos que nos gobiernen los respectivos fanáticos de las religiones del Libro la civilización retrocedería inmediatamente 1000 años y volveríamos a matarnos por ver que grotesco dios es el más fuerte, se quemarían otra vez brujas y herejes, se lapidarían adúlteras y se prohibiría todo libro sospechoso. Esperad, si eso es lo que ocurre ya en infinidad de países islámicos. Esperemos por lo menos poder controlar a rabinos, imanes y curas en los países democráticos.
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