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7 de agosto de 2020

Sólo la religión puede convertir lo más ofensivo en algo admirable

Uno de los más vejatorios comportamientos de las personas religiosas es el total desprecio por el esfuerzo de los demás. Y para demostrar esta absoluta falta de empatía de unos seres que se consideran a sí mismos un dechado de virtudes y que "piensan" en su absoluta y prepotente ignorancia que se preocupan por los sentimientos de los demás valga un ejemplo.

Supongamos un cirujano cardiaco que ha dedicado toda su vida al estudio y al esfuerzo, puesto que ha culminado con éxito una exigente carrera universitaria de 6 años, después (al menos en España) le esperan otros 4 años como médico interno residente ¡si ha sido capaz de aprobar una dura  prueba de acceso!. Luego, con un poco de suerte conseguirá aprobar una oposición y así convertirse en médico facultativo de un hospital público y luego años de dura experiencia clínica diaria.

Un día, este más que competente y abnegado profesional se encuentra con un paciente que sufre una grave y rara enfermedad cardiaca que pone en peligro su vida. Analizando, estudiando y compartiendo el historial clínico con colegas de su hospital y de más allá encuentra que un grupo de cirujanos del Hospital Universitario de Tokio desarrollaron hace unos pocos meses una novedosa y difícil técnica con la que trataron a un paciente japonés que tenía la misma enfermedad que el español. Dicha técnica es tan reciente y complicada que sólo unos pocos hospitales de gran renombre mundial y dotados con los mejores medios han sido capaces de ponerla a punto

Como nuestro cirujano es español, y está más que acostumbrado a lidiar con lo imposible, puede suplir las limitaciones con inventiva y tesón, de tal manera que convence a sus compañeros para intentar salvar la vida de su paciente (que se extingue a marchas forzadas según pasan las horas) con esta arriesgada y difícil técnica quirúrgica. Todos a una dan lo mejor de sí mismos y al cabo de 14 horas ininterrumpidas de quirófano superan la prueba y la operación termina con un éxito rotundo.

Totalmente agotado, física y mentalmente por lo que ha supuesto el desafío de implementar casi lo imposible en tiempo record y con los escasos medios de que disponía el hospital, acude a informar a la angustiada familia de la buena noticia. Frente a la expectante parentela del paciente resume la intervención realizada e indica a los ya algo más relajados familiares que el enfermo podrá llevar una vida totalmente normal una vez que se recupere en las próximas semanas de la dura operación.

En ese momento, la alegría de los familiares se desborda y, como son buenos y devotos cristianos, comienzan a dar gracias a su dios por el "milagro" acaecido y comentan que las miles de oraciones realizadas en los últimos meses por el cónyuge, los hermanos e hijos del paciente han dado sus frutos, porque el señor es misericordioso (aunque ese mismo dios es el mismo que ha consentido que el devoto enfermo lleve sufriendo meses y haya estado a punto de morir a causa de una enfermedad que el mismo dios permitió).

Además, para terminar indican a nuestro perplejo médico que en cuanto se recupere el convaleciente, irán raudos en peregrinación toda la familia a la ermita de la Virgen de las Zarzas Ardientes, por la que tienen una grandísima devoción desde siempre, a agradecer en persona el "milagro" y como son una familia con recursos, pues a ofrecer una generosa limosna al cura responsable para que se reparen las fachadas y el tejado de la ermita que buena falta le hace.

Ante tamaño desprecio al esfuerzo y profesionalidad de todo el equipo médico, que se ha dejado casi literalmente la piel en la intervención, es muy difícil entender como estos médicos (que se enfrentan casi a diario con lo imposible) pueden controlarse y no empezar a repartir guantazos entre los más que ofensivos miembros del rebaño cristiano, catetos que desprecian con tal arrogante ignorancia el saber y el conocimiento.

Y este es el gran milagro de la religión, que convierte en normal y hasta en admirable comportamientos que vistos desde el más mínimo prisma racionalista sólo pueden ser considerados como altamente ofensivos. 

 

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