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1 de diciembre de 2016

Evolución y urbanismo



Uno de los más grandes errores de los antievolucionistas, principalmente los creacionistas, es objetar que como las especies, sus órganos y tejidos junto con todos sus intrincados mecanismos biológicos son altamente complejos, por tanto no han podido surgir de la mera autoorganización de la materia siguiendo unas leyes básicas más que simples.


Y por supuesto estos pobres anticientíficos cometen un grave olvido, y es el de suponer que en la larga y compleja senda de la vida sobre la Tierra las ballenas, las secuoyas, el penetrante ojo de un halcón, la habilidad motora de los octópodos y el resto de maravillas biológicas que ha desplegado la Naturaleza han aparecido de golpe cuando, como muy bien ilustra el caso del más que llamativo ejemplo de la visión, el largo proceso comenzó de la manera más simple, con una humilde bacteria que cuando desarrolló la capacidad de sentir la presencia de unos pocos fotones para orientarse hacia la luz se disparó, gracias a la parsimoniosa pero más que constante selección natural, todo un tortuoso y nunca terminado proceso que culminó miles de millones de años después en esas maravillas orgánicas capaces de detectar la luz ultravioleta o de distinguir el ligero movimiento de un presa en una noche más que oscura como muy didácticamente nos enseña David Attenborough en este breve video.



Quizás para que los neófitos entendieran el proceso evolutivo un buen ejemplo equivalente sería el del urbanismo. Si alguien comenta que no entiende como una ciudad como Madrid, Paris, Buenos Aires o el distrito federal de México ha llegado a contar con millones de habitantes que viven y trabajan en cientos de miles de edificios conectados entre sí por calles y avenidas, con sus semáforos, aceras, farolas y paradas de autobús simplemente hay que recordarle que estas grandes urbes no aparecieron de la nada en un par de semanas, sino que son el resultado de cientos de años de continuos y muchas veces imperceptibles cambios desde unos más que humildes inicios, cuando unos cuantos aventureros decidieron establecerse en la orilla de un rio y construir lo que inicialmente eran poco más que un puñado de cabañas de madera y paja erigidas sobre un minúsculo terreno recién desbrozado de árboles y matojos, y que tras arduos esfuerzos (unas veces fructíferos pero otras muchas totalmente infructuosos cuando no directamente disparatados) de generaciones y generaciones de seres humanos, poco a poco el poblacho empezó a crecer sin orden ni concierto y sin por supuesto guía urbanística alguna para acabar teniendo palacios y catedrales, rascacielos y puentes, kilómetros y kilómetros de vías terrestres y hasta subterráneas, con un subsuelo lleno de una maraña de tuberías y cables y el resto de las más variadas y complejas estructuras que nadie realizó en su totalidad y que muchas veces ni los mismos que comenzaron algunas de sus partes llegaron a conocer su finalización. Ciudades por otra parte que ni ayer, ni hoy ni nunca estarán completamente terminadas porque seguirán cambiando por los siglos de siglos en una constante y perpetua remodelación sin principio ni final, creándose lentamente nuevas funciones y espacios pero siempre constreñidos por la propia estructura y características previas de esa misma ciudad.



Pues en algo parecido se podría resumir el fenómeno evolutivo: la acumulación de pequeños y grandes cambios (muchos de los cuales acabaron simplemente en callejones sin salida) a lo largo de los eones cuya propiedad clave fue que cada uno de ellos permitiera en su momento sobrevivir y sacar partido reproductor a los primeramente más que simples seres unicelulares que bajo la inexorable selección natural pudieron llegar a colonizar todos los ambientes de este inmenso planeta, desde la más profundas fosas abisales hasta los más remotos desiertos y montañas y diversificarse de la manera más increíble en multitud de formas, que dieron como resultado final la casi infinita variedad biológica que todavía en la actualidad ni siquiera hemos llegado a catalogar de manera científica en su totalidad estos tan particulares monos bípedos, simples primates con poco pelo y mucha cabeza, que acabamos de incorporarnos hace un instante geológico al gran teatro de la vida que lleva representándose desde el principio de los tiempos en este insignificante pero a la vez más que sorprendente planeta llamado Tierra.


4 comentarios:

  1. No me cabe duda de que la ciencia ha demostrado exhaustivamente la evolución de las especies y lo absurdo que es atribuir su creación a un diseño inteligente. Pero me pregunto si, a partir de los conocimientos científicos, la humanidad, u otra civilización más avanzada, no podría diseñar especies nuevas, del mismo modo que a, partir de conocer los beneficios de las ciudades, se fundan ciudades nuevas en poco tiempo, como ocurre ahora en China, o como hicieron los Europeos cuando llegaron a América.

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  2. Fisivi

    Ya hemos dado los primeros pasos para generar especies nuevas: ponemos y quitamos genes específicos en distintas especies. Al paso que avanza la edición genómica yo calculo que en un par de décadas aparecerán las primeras especies "artificiales", en donde a partir de una especie previa la reestructuración de su genoma sea tan grande que el resultado no se parezca en nada a las especies conocidas.

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  3. Imaginemos -tan sólo imaginemos- que en unas pocas décadas -siglos- fuésemos capaces de crear esas especies artificiales a la carta, y que también nuestra tecnología hubiese evolucionado paralelamente de tal manera, que tuviésemos la capacidad de crear universos paralelos al nuestro.
    Con el paso del tiempo, evolucionaría la vida -todo es un juego de imaginación, nada más- de tal manera que buscarían a un Dios creador......nos buscarían a nosotros, y nosotros de dioses NO tenemos absolutamente nada.

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  4. Lo que dices es uno de los argumentos clásicos de la ciencia ficción, historias que cada vez estamos más cerca de llevar a la realidad siempre y cuando eso sí seamos capaces de no aniquilarnos y destruir el planeta, que todo es posible.

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