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7 de enero de 2013

Alteración de la conducta humana por parásitos y el libre albedrío


En la mayoría de los organismos, el sistema inmune es el encargado de combatir a los microorganismos patogénicos, por lo que muchos de ellos han desarrollado estrategias de evasión o enmascaramiento para no ser detectados y combatidos adecuadamente por parte de las defensas del organismo hospedador. Y como el sistema inmune está íntimamente interconectado con el sistema nervioso central de tal forma que los neurotransmisores pueden alterar la función inmune y también muchas citoquinas producidas por células del sistema inmune modulan funciones cerebrales, pues bastantes parásitos se han especializado en alterar el funcionamiento del sistema nervioso como estrategia de evasión de tal forma que en la actualidad existe un campo científico denominado Neuroparasitología que estudia estas relaciones.

Un ejemplo ya clásico además de muy llamativo en este campo de estudio es el producido por el parásito protozoario Toxoplasma gondii, que para poder transmitirse entre los individuos de su especie hospedadora (el gato común) necesita pasar previamente por otros mamíferos o aves. Así el ciclo normal de este parásito comienza cuando un ratón o una rata entran en contacto con heces de un gato portador del parásito, quedando infectado por una forma asexuada del agente patogénico, la cual se reproduce enquistándose en los músculos y en el cerebro del roedor hasta que éste es finalmente devorado por el depredador y puede comenzar una nueva etapa de reproducción sexual en el felino, que terminará con nuevas heces infectadas por Toxoplasma. Pues bien este parásito, en lugar de infectar al ratón y esperar que el azar le lleve de nuevo a su hospedador natural (y no sea devorado en el camino por cualquier otro depredador inmune a Toxoplasma), ha desarrollado mecanismos para facilitar que el evento de la depredación del ratón ocurra cuanto antes y sólo por parte de un gato. Así y aunque los roedores tienen un miedo instintivo evolutivamente conservado al olor de los gatos que les facilita la supervivencia frente a estos depredadores, Toxoplasma manipula el cerebro de estos hospedadores intermedios de tal forma que no sólo bloquea este mecanismo ancestral sino que lo convierte en una especie de “atracción fatal” hacia los gatos de tal forma que los roedores infectados por el parásito se convierten en una presa demasiado fácil para estos felinos, optimizándose para el protozoo así su ciclo vital. 


El ser humano puede (como la mayoría de los mamíferos) ser hospedador intermedio de este parásito sin prácticamente complicaciones sanitarias en general, de tal forma que se calcula que aproximadamente la mitad de los individuos (en las poblaciones estudiadas) han sido infectados por T. gondii en algún momento de su vida y no lo saben hasta que se hacen un análisis de anticuerpos. Sólo en algunos casos aparecen síntomas y únicamente la enfermedad reviste gravedad en individuos inmunosuprimidos (enfermos de SIDA u oncológicos o individuos transplantados) o en la fase temprana del embarazo.
Sin embargo desde hace tiempo se ha estudiado la relación entre la esquizofrenia y Toxoplasma, encontrándose una alta prevalencia de este parásito en pacientes esquizoides y asociada a las formas más severas de esta enfermedad. Recientes estudios con técnicas de imagen de resonancia magnética han revelado que la toxoplasmosis en esquizofrénicos produce cambios morfológicos específicos en ciertas áreas del cerebro (tálamo, cortex occipital y hemisferio cerebelar izquierdo) del paciente, y que altera además los niveles de diversos neurotransmisores.


Pero lo más sorprendente del caso es que en los últimos años han ido apareciendo diversos estudios (resumidos en una reciente publicación del parasitólogo, biólogo evolucionista y experto en T. gondii, Jaroslav Flegr) sobre los efectos de este protozoo en el comportamiento de individuos portadores asintómaticos sanos. Así, se han documentado importantes cambios en los perfiles de personalidad y de conducta de personas con toxoplasmosis latente (sin síntomas de enfermedad) como el retardo en el tiempo de reacción frente a eventos inesperados, lo que implica que estos individuos tienen un riesgo mayor de sufrir accidentes laborales o de tráfico. Inciso, para que luego digan que la ciencia básica no sirve para nada, si yo fuera directivo de una compañía de seguros obligaría a todos mis clientes a hacerse un análisis de detección de Toxoplasma para ajustar la prima de riesgo de forma personalizada. También estos individuos muestran menores habilidades sociales como la diplomacia y poseen un comportamiento reflejo instintivo en condiciones de peligro inminente más lento y pasivo que las personas no infectadas. ¿Recuerdan el comportamiento suicida de los ratones infectados? Pues algo parecido pero en humanos, probablemente porque el parásito altera regiones similares del cerebro del roedor y del humano, y aunque nosotros no tenemos un comportamiento de miedo atávico a los gatos, usamos esas mismas regiones cerebrales para controlar nuestros propios miedos evolutivamente seleccionados. También en situaciones de peligro difuso, como encontrarse sólos en un bosque en una noche oscura o en una casa vacía y desconocida estos individuos mantienen una excesiva calma respecto a la población libre del parásito. Todo ello ha llevado a algunos investigadores a proponer que estos efectos por la infección por Toxoplasma podrían tener importancia a nivel de sociedad pudiendo influir en algunos aspectos de la cultura humana ya que no olvidemos que una fracción muy significativa de los humanos están (o estamos) infectados por este parásito.

Pero lo que sí que ya debe estar meridianamente claro a estas alturas del siglo XXI, con estos estudios y otros que comenté anteriormente, es que la ciencia no sólo está desentrañando lenta pero inexorablemente las bases del comportamiento humano sino también, poniendo en su justa medida nuestro inconmensurable ego alimentado desde el principio de los tiempos por la ignorancia, la superstición y el exclusivismo religioso, porqué ¿qué queda por ejemplo de la estéril discusión sobre el libre albedrío (que ha obsesionado a filósofos y teólogos desde la más remota antigüedad) o la tan pretendida y especial originalidad del hombre como culmen de una creación narrada en incontables libros revelados, cuando un simple parásito es capaz de alterar nuestro comportamiento y conducta porque nos parecemos demasiado quizás a un simple y humilde ratón de campo?

P.D.

Por cierto, a los individuos infectados por T. gondii también les agrada el olor a orina de gato más que al resto de las personas, por lo que al final va a resultar que el amor por los mininos es simplemente un efecto secundario de la adaptación evolutiva del Toxoplasma a su hospedador, el cual por otra parte ha facilitado mucho la vida de estos felinos desde que aparecimos los humanos sobre la faz de la Tierra. Porque ya me dirán ustedes si existe animal doméstico más privilegiado que el gato, no produce nada en nuestro beneficio ya que los raticidas le han dejado sin trabajo y además en la actualidad su única función conocidad es llenar los muebles de nuestras casas de pelos y arañazos. Parafraseando el lenguaje religioso: asombrosos y misteriosos son los caminos de la evolución.


2 comentarios:

  1. Anónimo10:05 p. m.

    Me ha impresionado bastante este artículo; no había oído nunca de casos como este. Voy a seguir buscando más información sobre neuroparasitología..

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