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9 de febrero de 2011

Estudio sobre religiosidad y ateísmo entre el profesorado norteamericano


Bien es sabido que la religiosidad disminuye con la instrucción académica. Y el ejemplo más clarificador de esta relación se puede observar en los Estados Unidos, que es el país desarrollado quizás con mayor porcentaje de creyentes y número de religiones en activo y en donde la religión está presente en todas las facetas de vida pública con importantes grupos de presión formados por fundamentalistas religiosos. Así no es de extrañar que según estadísticas del año 2006 únicamente el 3% de los norteamericanos se declare ateo y también un exiguo 4% de los ciudadanos se consideren agnósticos. En cambio cuando se pregunta a profesores (ver link al final del post) estos valores suben al 10% y el 13% de los entrevistados respectivamente. Además solo el 35% del total de docentes afirma que cree en dios y que este ser existe sin ningún tipo de dudas. Muy lejos por tanto de la media religiosa del país. Este aumento de no creyentes entre los docentes se corresponde muy claramente con el nivel de la institución docente a la que pertenecen. Así mientras que el 15% de los profesores de los colegios de primaria afirman ser no creyentes, este porcentaje aumenta al 22% de los profesores de secundaria y al 23% de los docentes de universidades normales, llegándose finalmente a más de 36% de ateos y agnósticos entre el profesorado de las universidades de elite norteamericanas tipo Harvard, Yale y similares. Además mientras que el 45% de los maestros de primaria afirma sin dudas la existencia de dios, este porcentaje baja al 39% de los profesores de secundaria y queda en un bajo 20% de los profesores de las universidades de prestigio estadounidenses.
Este estudio también muestra que los no creyentes no están igualmente repartidos en todas las disciplinas académicas. Así los índices mas altos de creyentes en dios se dan en economía y finanzas (49%), marketing (46%), arte (45%), justicia y enfermería, ambas con un 44%. En el otro extremo, más del 60% de los profesores de psicología, ingeniería mecánica, ciencias políticas o biología se declaran ateos o agnósticos. Los datos agrupando por tipo de disciplinas más amplias se pueden ver detallados en la siguiente tabla: 

Los profesores del área sanitaria son con diferencia los más religiosos ya que incluyen mayoritariamente a los del campo de la enfermería. En el otro extremo los docentes de ciencias clásicas con un 51% de ateos o agnósticos son los menos religiosos. En ciencias sociales el número de ateos y de creyentes estrictos es muy similar. Y un caso curioso es el de los profesores en agricultura en donde la inmensa mayoría se decanta por una casi neutral creencia en algo superior sin detallar nada más y que junto con los sus porcentajes de agnósticos y de los que creen con dudas en Dios muestran una sorprendente ausencia de postura concreta.
Cuando se preguntó a los profesores autodenominados religiosos, el 38% de ellos se consideraba progresista (con una tradición religiosa con poca responsabilidad doctrinal y que creen que la religión debe adaptarse a las nuevas circunstancias sociales e históricas), el 42% se proclamaba como moderado religioso y únicamente el 19% se definía como tradicionalista.
Al preguntárseles por la  Biblia, el 48% la describía como un libro antiguo de fábulas, leyendas, historias y preceptos morales, mientras que el 40% respondía que estaba inspirada por Dios y un minoritario pero significativo porcentaje del 6% proclamaba que es la verdadera palabra de Dios. Por supuesto los profesores de primaria eran más partidarios de la literalidad de la Biblia que los de universidades de prestigio en donde el 72% indicó la opción del antiguo libro de fábulas.
En resumen este estudio demuestra empíricamente algo que ya se sabía, es decir, que a mayor nivel de instrucción disminuye o se debilita fuertemente el sentimiento religioso. También que cuanto más crítico y razonado es nuestro entorno, más incrédulos somos; sólo así se explica que los docentes de las llamadas ciencias experimentales sean los menos religiosos, seguidos de los de las ciencias sociales, disciplinas que en las últimas décadas están intentando aplicar el método científico a sus respectivos campos de conocimiento, abandonando las visiones meramente recopiladoras de comportamientos tan arraigadas en su historia. Tampoco es sorprendente que la economía y las finanzas sean un reducto de religiosidad, pues sólo hay que observar el nivel de dogmatismo y fundamentalismo que exhiben los expertos en estas disciplinas, impermeables a la realidad y que les lleva a plantear recurrentemente las mismas fórmulas caducas y obsoletas que nos han colocado al borde del desastre económico en esta última crisis, para entender que son perfectos como seguidores de cualquier visión jerarquizada y ortodoxa por increíble que ésta sea e inmunes a cualquier tipo de crítica.
Finalmente un último apunte descorazonador y es que incluso en el mundo de la razón, las pruebas y los hechos como son las disciplinas de ciencias experimentales un muy importante 24% de los encuestados se declara adorador de la divinidad judeo-cristiano-musulmana inventada por un conjunto de alucinados pastores, pescadores y beduinos medio analfabetos, que presentaban evidentes y graves trastornos de personalidad y raciocinio que habitaron la creciente fértil hace incontables siglos. Ello muestra claramente lo poderosa que es la droga religiosa o como dice R. Dawkins “el virus de la fe” que impide a personas instruidas y racionales en muchas facetas de su vida plantearse lo absurdo de sus disparatadas creencias. Personas que se sentirían ofendidas con razón, si las acusáramos de creer en hadas, duendes, papá Noel o el ratoncito Pérez pero que son incapaces de aplicar los principios de su profesión científica a esa y única faceta particular de su vida que es la religión. Ello es posible por la asombrosa capacidad de nuestro cerebro de poder compartimentar distintas actividades cerebrales, lo que probablemente tuvo una ventaja evolutiva en nuestra prehistoria, pero que ahora da lugar a este tipo de disfunciones. Es el mismo proceso (salvando las distancias éticas) el cual permite a los asesinos, los torturadores o a los genocidas ensañarse con sus víctimas sin sentir culpa o remordimiento alguno  y luego ser amantísimos esposos, preocupados padres o defensores de los animales sin ver ninguna contradicción entre sus diferentes comportamientos estanco.

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